En medio de la creciente violencia en el suroeste de Colombia, la Iglesia ha llamado al diálogo y la paz

SÃO PAULO, Brasil – La creciente violencia en el suroeste de Colombia está sembrando el miedo en Cali, la tercera ciudad más grande del país sudamericano.

A pesar de la complejidad de la situación actual, que a menudo implica ataques terroristas por parte de grupos guerrilleros, la Iglesia advierte a los actores involucrados en el problema que la paz sólo se puede encontrar a través del diálogo y el entendimiento mutuo.

La ola más reciente de disturbios comenzó la semana pasada, cuando un grupo disidente de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), conocido como Estado Mayor Central (EMC o Estado Mayor Central), lanzó una ofensiva contra las fuerzas de seguridad.

El primer ataque tuvo lugar en Jamundi, a 24 kilómetros de Galle. Un grupo guerrillero utilizó una motocicleta para detonar una bomba en un edificio que albergaba a guardias recientemente reclutados. Dos de ellos resultaron heridos junto con 4 civiles.

En Morales, 120 kilómetros al sur de Cali, los rebeldes dominaron parcialmente la ciudad durante unas horas. Dispararon a una comisaría, mataron a dos agentes y a un preso y robaron un banco.

Otros actos de violencia tuvieron lugar en localidades cercanas como Zambalo y Suárez.

La EMC es una de las fuerzas disidentes de las FARC que actualmente opera en Colombia. Las FARC firmaron un acuerdo de paz con el Estado colombiano en 2016, se disolvieron y se convirtieron en un partido político regular. Pero muchos grupos disidentes han tomado un camino diferente.

“Algunas facciones nunca aceptaron el proceso de paz y continuaron con las actividades armadas. Otros firmaron el acuerdo de paz, pero luego lo traicionaron”, dijo Diego Arias, miembro del Instituto para la Construcción de la Paz (Ficonpas). Quid.

Ficonpaz fue creada en 1996 como una organización de la Arquidiócesis de Bogotá con el objetivo de promover una cultura de paz entre comunidades y movimientos sociales. Su director, el padre Héctor Henau, es desde hace mucho tiempo delegado de la Iglesia en las conversaciones de paz en Colombia.

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Arias es responsable de brindar apoyo a los esfuerzos de paz de la Iglesia financiados por organizaciones internacionales. Viaja por la región suroeste de Colombia para fortalecer comunidades y empoderar a sus líderes en la lucha contra la violencia.

«Durante las conversaciones de paz con las FARC, todos sabían que el gobierno tenía que rehabilitar las zonas más afectadas por la guerrilla para evitar el surgimiento de nuevos actores armados. Pero eso fue lo que pasó», dijo Arias.

Añadió que el gobierno colombiano no había garantizado la seguridad de los excombatientes. En los últimos años, muchos de ellos han sido asesinados en disputas locales.

«Las investigaciones muestran que la mayoría de los responsables de este tipo de muertes son ex compañeros guerrilleros de las víctimas», explicó Arias.

En las regiones del Cauca y del Valle del Cauca, este tipo de organizaciones están involucradas en el narcotráfico, la minería ilegal y otras actividades criminales, añadió.

«Después de las divisiones internas durante las conversaciones de paz, el gobierno anunció que la EMC sería combatida por los militares porque no quería entablar negociaciones», dijo Diego Guzmán, padre a cargo del vicario de Cali. Servicio para el Desarrollo Humano Integral, dijo Quid.

Según Arias, los ataques actuales son una reacción a la ofensiva militar del Estado, y Guzmán dijo que en los últimos meses han sido asesinados líderes comunitarios que de alguna manera se oponen a las acciones de la guerrilla.

La violencia continúa obligando a las personas a abandonar sus propios territorios y trasladarse a otras zonas.

«La Iglesia lucha por estar presente en esas comunidades y brindar apoyo a las personas desplazadas y otras personas afectadas por el conflicto», dijo Guzmán.

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Los miembros de la iglesia aún no son atacados directamente, pero tienen que afrontar las consecuencias de la presencia de la guerrilla.

«Vicarios de algunas parroquias ubicadas en pueblos como Jamundí nos cuentan la gran tensión que enfrentan por el control de este tipo de organizaciones en toda la región», agregó Guzmán.

Arias dijo que esos grupos todavía tienen cierto respeto por la misión de la iglesia, por lo que los miembros del clero están a salvo.

El 21 de mayo, luego de los atentados terroristas, el Arzobispo de Cali, Luis Fernando Rodríguez, emitió un comunicado en el que llamó a «el respeto a la vida y la dignidad humana y la búsqueda de soluciones que nos ayuden a vivir juntos en paz y fraternidad».

«Estamos preocupados por los sentimientos de desesperación, miedo, desesperanza y desconfianza entre muchas de las personas, y exigimos acciones concretas de los gobiernos central, regionales y locales para resolver los graves problemas que tenemos, que es una causa de malestar general y inestabilidad institucional, que es palpable», decía la carta.

Guzmán dijo que después de tantos ataques, es difícil crear «espacios de confianza que puedan tener un diálogo entre los diferentes actores del problema».

«Pero seguiremos trabajando para reunir a todos esos grupos y comunidades para discutir sus problemas. Las negociaciones son la única manera de salir de esta crisis», afirmó el sacerdote. Quid.

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