Precios y viejas ideas fallidas

Fernando González Urbanega | En las últimas páginas de su libro «La Teoría General…» Keynes alude a las ideas fallidas de los viejos economistas que anidaban en la mente de los nuevos gobernantes como uno de los errores que se pueden evitar. Viejas ideas, respuestas simples a problemas algo más complejos son frecuentes en la política, por inconsistencia, prejuicio, ignorancia y falta de experiencia. El ejemplo más evidente es el precio del carrito, que ha experimentado notables aumentos durante el último año (16% de media) afectando al IPC y penalizando a los de menores ingresos.

La verdad es clara, los datos son contundentes. Algunos de los productos imprescindibles en el carrito se han vuelto inusualmente caros y merecen un análisis detallado de las causas y posibles medidas para corregirlos.
La respuesta al “fracaso de las viejas ideas” es tan automática como sencilla: ¿controles, intervención? Esto no es nada nuevo, se ha intentado en varias ocasiones: por ejemplo, a principios de los 70 en España (y antes en Estados Unidos, bajo la administración de Nixon), con estrepitoso fracaso.
En aquellos últimos años del franquismo, el gobierno decretó la congelación de precios a través del sistema de licencias administrativas. El informe fue abundante y confuso, y su eficacia es inválida. En algunos casos se produjo escasez de productos y en otros casos los productos se cambiaron y mutaron para escapar del control.

No fue hasta la ratificación de los Acuerdos de la Moncloa, durante el período transitorio, que se propusieron políticas efectivas de competencia y libertad en lugar de control, así como una política monetaria restrictiva. Así, con menos ruido y mejores resultados, la inflación cayó por debajo de los dos dígitos.

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Controlar los precios en mercados abiertos y competitivos como los de Europa es la mejor manera de prolongar el aumento de los precios. La experiencia demuestra que la eficacia radica en la competencia y la sustitución. El impacto de los altos precios de la energía en la cadena alimentaria y su comercialización es significativo, pasando en algunos casos del 5% de los costes totales a más del 10%, lo que requiere medidas de producción y eficiencia que necesitan tiempo para madurar y obtener resultados.

Repetir la interpretación de que los vendedores son codiciosos es volver a ideas viejas y fallidas, teorías de conspiración populistas e ineficaces que revelan poca reflexión y menos experiencia.

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